(Frontiers / Mastertrax)
Lo que algunos consideramos en su momento como un capricho o devaneo esporádico del gran Ritchie Blackmore con la música medieval y renacentista a mediados de los noventa lleva camino ya de tres largos lustros de producción discográfica. Algo que en mi opinión no estaría mal como complemento de la faceta principal por la que conocemos y admiramos al guitarrista de Deep Purple y Rainbow, pero que a los que amamos su legado hard rockero se nos queda corto, muy corto. En cualquier caso creo que no me queda más remedio, aunque me siga costando, que hacerme a la idea de que por ahora la única forma que tenemos de disfrutar del talento de Blackmore es a través de este proyecto junto a su querida esposa Candice Night.
Y no es que no me guste, que me gusta, bueno a partir de su segundo disco más que gustarme me resulta agradable y curioso por momentos, pero no me llena a pesar de su inmaculado sonido, del cuidado extremo que se adivina en sus arreglos utilizando infinidad de instrumentos y sonidos poco usuales, de la dulzura de la voz de Candice, del buen hacer siempre de Rithcie, pero no, ya me cansa y me suena demasiado repetitivo aunque incorporen algún elemento nuevo en cada trabajo.
En este caso parecen querer acercarse a la cultura zíngara y eslava en temas como la animada “Troika” con sus panderetas, palmas y coros folklóricos que invitan a cogerse de la mano y formar un corro alrededor de las cintas de colores, siguiendo la misma senda festiva aunque en clave más acústica y medieval con “Dancer And The Moon”, quedando más comercial e interesante “I Think It’s Going To Rain” electroacústica dulce pero con más ritmo que la media.
Y es que este disco está lleno de temas relajados marca de la casa como “The Last Leaf” tan agradable como monótona con ese aire bucólico habitual que se reproduce a base de acústica pellizcada y flauta en las narrativas “The Ashgrove” y “The Spinner’s Tale” que bien podían hacer la competencia con la voz de Candice a los cuentos televisivos de Shelley Duvall (apunte friki para los que tenemos ya una edad y veíamos Barrio Sésamo). También hay momentos instrumentales, breves eso sí, con estas características, caso de la ligeramente orquestada medieval “Galliard” y de la juglaresca “Minstrels In The Hall” (¿cuántas veces habrá utilizado Blackmore el término “Minstrel” en su discografía?).
Curiosa la doble versión la que hacen un tema dándole la vuelta a su título. Primero como “Somewhere Over The Sea (The Moon Is Shining)” siguiendo con el ritmo lento y suave mejorado por un postrero apunte eléctrico, que se torna tímidamente electrónico para el arranque de “The Moon Is Shining (Somewhere Over The Sea)” prácticamente con la misma melodía y letra que la anterior pero con una fantástica guitarra eléctrica y teclados que aumentan su ritmo y brillo.
Menos mal que, sin volverse locos, suelen dejarnos alguna perlita más eléctrica y rockera para que no nos olvidemos del todo de donde viene la historia. Además en este caso lo completan con un par de versiones, bueno una versión y una autoversión concretamente. La primera es una deliciosa revisión del clásico “Lady In Black” de Uriah Heep llevada al terreno medieval con aportes de flauta, ligeros toques de pandereta y percusiones suaves que se adaptan perfectamente a la estructura setentera sinfónica de la original repuntando con más presencia de guitarra eléctrica al final.
La autoversión es la de la inmensa “Temple of the King” de Rainbow que rescatan con una tremenda sensibilidad en clave más ligera, con una base rítmica más suave pero respetando las incursiones eléctricas de Blackmore recordándome una vez más por qué es mi guitarrista favorito de siempre. También destacable la labor de Candice que tiene la complicada papeleta de ponerse en el lugar de Ronnie James Dio cumpliendo con solvencia pero obviamente en un tono y timbre menor que el original.
Ahora, que para sentimiento, el que desprende la maravilla instrumental que cierra el trabajo “Carry On… Jon”, una composición que Ritchie dedica a Jon Lord, su amigo y compañero en Deep Purple recientemente fallecido, y en la que el inconfundible sonido hammond del maestro aparece complementando una emocionante exhibición de guitarra de cadencia lenta y profunda.
Un bonito punto final para este trabajo que, aun con momentos ciertamente remarcables como los indicados, sigue dejándome a la espera más por parte de Blackmore, y si puede ser como Rainbow mucho mejor, por pedir que no quede. La esperanza es lo último que se pierde, ¿no?
Mariano Palomo
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