En estos tiempos de revivals en
el que surgen muchos grupos jóvenes reivindicando el heavy metal tradicional, o
pseudo hippies con Woodstoock como referente, casi se echaba en falta alguna banda que
rescatara el sonido y encanto de los grandes grupos setenteros más accesible. Esas
bandas que sonaban en las FMs de todo el mundo que para unos eran pop, para
otros rock, pero siempre con muchísima calidad y feelin. Nombrarlas ahora sería
establecer una farragosa lista de preferencias personales donde seguramente
coincidiríamos en muchos de los nombres que irán saliendo a colación según
vayamos desgranado este fantástico disco que nos ocupa.
Los protagonistas de esta obra no
son ningunos jovenzuelos ni novatos, son músicos británicos con una amplia
experiencia desde hace más de tres décadas tanto como compositores como
intérpretes trabajando con artistas del nivel de Asia, The Sweet, Mike Olfield, Airrace o Ian Gillan
entre otros. Entre los seis miembros del grupo, con el guitarrista Greg Hart al frente, y los cinco
invitados, con especial mención para el cantante y compositor Mick Wilson (10cc), han creado una
docena de deliciosas composiciones con gran protagonismo de unas cuidadísimas
armonías vocales, en las que clase y elegancia no están reñidas con una fuerza
y pegada que las hacen lo más atractivas dentro de una propuesta estilística
que va desde el pop rock más asequible, al rock sinfónico, pasando por el
A.O.R.
Arrancan este “Too Many Gods”, tras
la pertinente intro espacial “Arrival”, con el tema que le da título, corte
brillante y potente en el que los teclados orquestados se mezclan con toques de
piano de Andy Stewart que compite en
protagonismo instrumental con las magníficas guitarras de Hart y Dean Howard,
mientras Paul Manzi despliega su
tremendo talento vocal acompañado de unos espectaculares coros, sonando todo a
los E.L.O. más rockeros quedando
realmente bien. De hecho esta referencia a la banda de Jeff Lynne es la más recurrente en todo el disco.
Tras esta primera gran impresión,
continúan en clave más pop-rockera con la elegante y teatral “Stop” en la que
el influjo de Queen o de los
mismísimos Abba queda patente, con
el piano presente acompañando la marcada línea de bajo de Jeff Brown y con unas guitarras de sonido cercano al de Brian May, continuando en la misma
línea cercana al musical con “Last Man Standing” llena de ingenuo encanto
rematada por un discreto toque de saxo a cargo de Greg Camburn. Con el medio tiempo “Mr. Heartache” vuelven a recodar
muchísimo a E.L.O. con unos coros
magníficos y unos acertados arreglos sintetizados, además de contar como
invitado con el vocalista Andy Scott
(The Sweet).
Siguen sin acelerar demasiado con
“Unfinished Symphony” otro tema lleno de encanto y aportaciones corales pero
con la voz de Manzi más rasgada y
potente recordando ligeramente al gran Jimmy
Branes, y con una embaucadora “Schoolyard Fantasy” en la que sus rasgueos
acústicos y sus toques de saxo hacen que me venga a la cabeza el nombre de Supertramp, todo ello rodeado de una
gran melodía vocal que me suena mucho a los Boston más tranquilos. No está mal un tema que suena entre Supertamp y Boston, ¿eh?
Pero si el tema anterior era
bueno, cuidadito con “The Greatest Story Never Told”, el tema más extenso del
disco que en sus siete minutos de duración entre cambios de ritmo va desde su
baladesco comienzo de piano y voz hasta unos intensos momentos instrumentales y
sinfónicos de la mano de Mike Moran
(responsable entre otras cosas del “Barcelona” de Freddy Mercury y Montserrat
Caballé), pasando por unos cruces de voces A.O.R. pomp entre Manzi y Wilson que bien pueden recordar a Styx y a los mencionados Supertramp.
Vuelve el sonido puramente E.L.O. con la agradable e ingenua “Only
In Vegas” que transmite cándido optimismo, bajando el tono con la más suave y
envolvente “Man In The Moon” bonita pero algo sosa para mi gusto, intensificándose
notablemente con la potente “Five-Minute Celebrity” con Wilson a la voz y en la que el batería Steevi Bacon pone de manifiesto su marcada pegada y donde de nuevo el
sonido de guitarra recuerda al de May,
cerrando definitivamente de forma relajada con “Velvet Horizon” con la voz de Manzi prácticamente desnuda junto al piano de Stewart.
Cierre agradable para un disco lleno
de calidad que nos devuelve a un tiempo en el que poner la radio no era un complejo
ejercicio de búsqueda de buena música y en el que casi todo lo que sonaba era,
o al menos nos parecía mejor, independientemente de su estilo.
Mariano Palomo
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